4 de octubre de 2010

LOS IDEALES DE FRANCISCO GINER DE LOS RIOS.


Francisco Giner de los Ríos nació en Ronda (Andalucía) en 1839.


Los profesores universitarios destituidos y algunos pensadores, científicos y políticos liberales fundaron, en 1866, la Institución Libre de Enseñanza, considerada primero como una Universidad privada. Afirmaba estar «disociada de los principios o intereses de toda comunión religiosa, escuela filosófica o partido político, y defendía la libertad e inviolabilidad de la ciencia, y el derecho de todo maestro al ejercicio ya la transmisión independientes del conocimiento, sin interferencia de ninguna autoridad».
Los generosos fundadores pronto se dieron cuenta de que carecían de recursos materiales y de personal suficiente para comenzar una universidad, por pequeña que fuese, y que sería difícil evitar el fatal obstáculo de tener que instruir a los alumnos para sus exámenes en la universidad estatal.
Por tanto, la Institución se transformó en una escuela preparatoria y secundaria; Giner, su alma y vida, ayudado por algunos seguidores dedicados, hizo de ella un hogar de paz, pensamiento libre, nuevas ideas y respeto mutuo. Estaba destinada a ser una de las mayores fuentes de renovación, pero sólo a través de su ejemplo, sus logros, SUS publicaciones y sus discípulos, porque decidió rechazar el apoyo estatal y abstenerse de tomar partido en la lucha política, aunque los maestros, familias y niños, cada uno individualmente, tenía libertad para asociarse y ayudar a su religión, partido o doctrinas profesadas.
Giner nunca consintió en figurar como director de la escuela y hubo que buscar a otro al que se le pudiese conferir ese honor; pero don Francisco, como era llamado siempre por sus discípulos y amigos, era el alma verdadera de la escuela. Tenía cuerpo y cara de árabe, el poder sugestivo y la aguda lógica de un Sócrates moderno, serenidad estoica combinada con una pasión ardiente y romántica, dignidad aristocrática andaluza mezclada con un ágil ingenio y modales simples y democráticos, un temperamento asceta oculto bajo un amor a la vida ya las relaciones sociales, y una viva e insaciable curiosidad por la ciencia, el arte, la naturaleza y la humanidad. Adivinaba rápidamente tanto las debilidades y ambiciones como las potencialidades latentes en cada mente, y sabía cómo manejarlas al servicio de un ideal; quizá esto explique por qué tendía a tratar a los niños como a hombres ya los hombres como a niños. Era un filósofo y sobre todo un educador nato. En el círculo de su tío, Ríos Rosas, el prominente político y orador, llegó a conocer la grandeza y la miseria de la vida pública; pero fue su vileza, su vanidad, su corrupción y futilidad lo que más le impresionó. Aunque se daba cuenta de la importancia de esa vida, no le atribuía tanto peso como la opinión vulgar tiende a hacerlo, y estaba convencido de que para ser un líder político hay que compartir los defectos así como las virtudes generales de las masas...

Fuente: JOSE CASTILLEJO, «Guerra de ideas en España», Revista de Occidente, 1976