27 de marzo de 2010

LOS PUÑOS Y LAS PISTOLAS


Es una imagen desoladora. Un grupo de mujeres asustadas, con el pelo cortado al rape y la sonrisa helada, posa rígidamente en el patio del Ayuntamiento y saluda a la cámara con el brazo en alto. 'Les dejaban pelonas para señalarlas; les daban aceite de ricino para purgarlas, para que echasen el comunismo del cuerpo. A algunas ya les habían fusilado al marido', explica el historiador Arcángel Bedmar, que ha elegido esta fotografía para ilustrar la portada de su último libro. En él estudia las formas que tomó la represión franquista en Montilla, al sur de Córdoba, del fusilamiento al exilio, de las torturas a la exclusión social, del robo a los abusos sexuales.



Los puños y las pistolas. La represión en Montilla (1936-1944) toma su nombre de una frase lapidaria de José Antonio Primo de Rivera, que decía que 'no hay mejor dialéctica que la de los puños y las pistolas cuando se ofende a la patria y a la justicia'. La obra cuenta cómo el pueblo se convirtió en un enorme recinto carcelario. 'La represión arranca con el golpe de Estado del 18 de julio y no acaba hasta la muerte de Franco', resume Bedmar. 'Desde que los militares empezaron a preparar la toma del poder partieron de una idea de violencia extrema. El propio Franco decía que no le importaba fusilar a media España con tal de salvar a la otra media'.

El caso de Montilla fue especialmente sangrante. 'En algunos pueblos, hubo quien intentó poner freno a la violencia, pero aquí no', resalta el historiador. 'La Iglesia jaleó el golpe y no dio ninguna muestra de piedad ni de caridad. Tanto los párrocos como el arcipreste Fernández Casado se obsesionaron por administrar los sacramentos católicos. Casaron y bautizaron a la fuerza a personas que iban a ser fusiladas el día siguiente, sin hacer nada por evitar la barbarie'.

Los militares, indica Bedmar, estaban al mando desde el 19 de julio. Controlaban las detenciones y daban los permisos para las continuas sacas de presos hacia los lugares de suplicio. 'Entre 1936 y 1939 hay constatados 114 fusilamientos, en un municipio que tenía cerca de 20.000 habitantes. Y otros 16 cayeron en los años posteriores. Pero esta es la cifra mínima', advierte el historiador. La mayoría de las muertes no se inscribía en el Registro Civil y más del 30% de estas ejecuciones se recogió a través de testimonios orales. 'Debieron ser muchos más', concluye Bedmar.

La única posibilidad que quedó a buena parte de la población fue la huida. Varios miles de personas escaparon de Montilla al día siguiente del triunfo del golpe. 'La mayoría se fue a Espejo, un municipio vecino', concreta el historiador, 'que cayó en septiembre, y de ahí a Bujalance, más al Norte, desde donde se les evacuó a la provincia de Jaén. Para muchos fue el exilio de por vida; para otros, la muerte en campos de exterminio nazis'.

Bedmar ha documentado hasta ocho montillanos que murieron en Mauthausen. 'Salieron de España en 1939 y pasaron a los campos de concentración del sur de Francia, a Argelès sur Mer y a Barcarès. Cuando los alemanes invadieron Francia, algunos de los presos fueron capturados y enviados a otros campos, como Mauthausen. Otros consiguieron volver a España: 'Para que me mate Hitler', decían, 'que me mate Franco'. Y quedaron encarcelados, pero vivos'.

Eran muchos los encerrados. 'En 1939 había cerca de 400 montillanos en distintos penales', calcula el historiador. 'Luego, a partir de 1941, se indultó a mucha gente por razones de falta de espacio. En las prisiones no había sitio para tantos reclusos, ni medios para mantenerlos en los años del hambre'. La salida resultaba traumática. Los republicanos volvían a sus casas y se las encontraban saqueadas. 'Sólo les quedaban las paredes', describe Bedmar. Muchos tuvieron que enfrentarse a los tribunales de responsabilidades políticas, que les castigaban con cuantiosas multas. 'Quedaban estigmatizados, sometidos a un control constante', relata Bedmar .

Fuente: El País y elaboración propia.